España es un país muy dado a
conmemorar a sus insignes en las fechas de su muerte. Algo de atinado tiene
esta tradición, sin embargo, según la persona, conviene transgredir el acervo
para conmemorar o, mejor dicho, celebrar el nacimiento. Tal es el caso de
Antonio Machado, nacido un 26 de julio.
A.Caro
25 julio 2014
“Hablaba en verso y vivía en poesía”, dijo
Gerardo Diego de nuestro poeta, del que esta semana celebramos su natalicio
(Sevilla, 26 de julio de 1875). En un país tan dado a celebrar los aniversarios
de las defunciones, creo significativo abrir una nueva vía: la de celebrar los
nacimientos. Es cierto que la muerte es
la puerta, quizás la última, que conduce a la Historia ;
a la inmortalidad a la que miles de lectores de generaciones dispares
condujeron al genial poeta sevillano. Historia e inmortalidad, a menudo, son
sinónimos. Pero el nacimiento, el alumbramiento de una nueva vida es el
comienzo, el punto de partida a partir del cual se empieza a forjar el hombre y
el poeta (¿podemos distinguir entre uno y otro?).
Aquel 26 de julio, Ana Ruiz dio a luz, a las cuatro y
media de la madrugada, en una de las estancias del Palacio de las Dueñas de la capital
hispalense, a un hermoso niño que llevaría el nombre del padre: Antonio.
Segundo varón – meses antes había nacido Manuel – de una familia de ocho, a los
pocos años de nacer, el abuelo de los Machado ganó una cátedra en la Universidad Central de Madrid y la familia al completo
decidió partir con él. Y fue en este período de mudanza cuando, Antonio padre
llevó a sus hijos a Huelva para que conocieran el mar. La imagen inmensa de un azul ignoto quedó grabada en
la mente del joven Antonio, que no dejaría de evocarlo en su
obra.
Ya en Madrid, los
hermanos Machado ingresan en la Institución Libre de Enseñanza, bajo la tutela, entre
otros, de Giner de los Ríos
y de Cossío. La
estancia en la ILE
marcará hondamente la forma de ser y de pensar de Antonio. Y de Madrid, el periplo sobradamente
conocido: París, Segovia, Baeza, Barcelona y Colliure.
Celebrando, como hago
e invito, el aniversario del nacimiento del poeta no creo importante dibujar
una semblanza de Machado, semblanza que, de otra parte, es conocida por todos.
Creo que, para lograr el difícil gozo
de la celebración, es más pertinente parafrasear a Max Aub,
quien, atinadamente, señaló en su Manual de
Historia de la
Literatura Española , que si Unamuno fue “un modo de sentir” y Ortega y Gasset “un modo de pensar”,
sin duda Machado fue “un modo de ser”.
Una forma que Aub definió como "la estirpe romántica, la sencilla
bondad, el vigor intelectual y la sincera melancolía."
Y es que si se piensa
bien, en la vida de Machado casi todo
fue pérdida: su marcha de Sevilla, la muerte de su padre, la
muerte de Leonor, el imposible amor con Guiomar y, finalmente, la pérdida del
hogar por el exilio. Y la pérdida es el primer paso hacia la melancolía. Todo Machado es la melancólica mirada;
unos ojos profundísimos que observaban el mundo con el corazón ensimismado en el
recuerdo; con el alma tomada por una vigorosa sabiduría que no fue fruto de la
senectud, sino de la apetencia natural
de un espíritu que, nacido en Sevilla un 26 de julio de 1875,
buscaba constantemente una luz que masticar; un alimento que saciara.
26 de julio de 1875. Sevilla, España y la literatura comenzaron a
deshacerse por el gozo; a gloriarse porque, de Ana Ruiz hubo
nacido el gran príncipe de la “estirpe romántica”: Antonio Machado.
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