Antonio Machado

Antonio Machado

martes, 7 de octubre de 2014

Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado

Ian Gibson

Aguilar. Madrid, 2006. 760 páginas,

Llega esta biografía de Antonio Machado en un momento en el que la consideración distanciada y objetiva de nuestra historia reciente vuelve a resultar difícil o, a lo menos, comprometida. En medio de la arremetida de los historiadores “revisionistas”, más o menos empeñados en justificar la sublevación militar del 18 de julio de 1936, y del fenómeno opuesto, la reivindicación militante de la “memoria histórica” de los vencidos, hemos dejado de vislumbrar lo que hace apenas diez años parecía ya inminente: el que la Guerra Civil empezara a parecernos tan lejana y ajena -la formulación es de Andrés Trapiello- como lo eran para nuestros abuelos las guerras carlistas...

JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA | 20/04/2006 | 
Hoy las dos Españas machadianas se enfrentan en las tertulias radiofónicas y en las listas de libros más vendidos. Una y otra compiten por el éxito en audiencia y cifras de ventas. No hay lugar para el matiz (que no para la interesada “equidistancia”), ni son bien recibidos los intentos de entender a cada cual en su circunstancia.

Después de leer las impresionantes páginas finales de esta biografía, en fin, se entiende que los sentimientos se impongan a veces, con todo derecho, a la fría ponderación de los datos: con un nudo en la garganta asistimos a los últimos días del “hombre bueno” por antonomasia que fue Antonio Machado. Los tópicos consagrados cobran de pronto una vigencia inusitada. La muerte del poeta, “casi desnudo, como los hijos de la mar”, el destello imaginativo que supone el último verso suyo conservado (“Estos días azules y este sol de la infancia”), su sencillo funeral en Collioure…, todos esos datos, archisabidos, vuelven a componer una escena a cuyo calado simbólico y sentimental ningún español decente puede oponer objeciones. Como insistentemente explica el biógrafo, no cabe considerar a Machado un mero rehén de las circunstancias: su apoyo a la República fue sincero, coherente con sus antecedentes familiares y con toda su trayectoria intelectual. Tiene razón Gibson al atisbar una cierta sinceridad, por ejemplo, en el soneto “de circunstancias” que el poeta dedica al militar comunista Enrique Líster, que no cabe equiparar sin más a las composiciones huecas y retóricas que su hermano Manuel dedica a los militares sublevados.


Sin embargo, siempre cabe esperar un enfoque, si no en contradicción con lo que dictan los sentimientos y los hechos incontestables, sí capaz de situar éstos en una perspectiva más amplia. Cabe esperar, por ejemplo, cierta piedad con la figura patética de Manuel, que hubo de enterrar una educación y un talante liberal-progresista, en todo idénticos a los del hermano, para salvar el tipo en el Burgos sublevado donde le sorprendió el principio de la guerra. En ningún modo merece el mayor de los Machado que el biógrafo equipare su entierro religioso, por ejemplo, con el del grotesco personaje que protagoniza “Llanto de las virtudes y coplas a la muerte de don Guido”. El matiz, falta el matiz. Que también se echa de menos, pongamos, en la ponderación de la labor periodística y propagandística de Antonio durante la guerra. Apenas repara el biógrafo en el continuado esfuerzo de Antonio por destacar el principal motivo de su apoyo a la causa republicana: su legitimidad; o en las repetidas ocasiones en las que se declara (a veces, en circunstancias ciertamente comprometidas) no socialista, ni comunista. O en su idea de que la República por la que habían luchado él y otros prohombres de su tiempo duró apenas un bienio, y murió literalmente con la victoria electoral de las derechas en 1933. Es la misma convicción, no lo olvidemos, que llevó a otros intelectuales a desmarcarse del régimen republicano una vez comenzada la guerra. Gibson, en su objetividad de historiador, ofrece los datos que nos permiten atisbar la complejidad del pensamiento de Machado en estos momentos difíciles, pero no acierta a extraer todas las consecuencias. El “ingenuo” Machado, en fin, no nos lo parece tanto, y lo que sí vemos en él es una inteligencia alerta que, pese a todo, no le impide asumir compromisos claros. Y es en ese intervalo entre pensamiento y compromiso, no lo olvidemos, donde reside la verdadera libertad de espíritu.


En otros momentos de esta biografía queda bien claro que Machado es un habitante pertinaz de ese libérrimo espacio intermedio entre la realidad y el pensamiento. Sus historias amorosas así lo confirman. Acierta Gibson al postular la existencia de una innominada “amada” infantil del poeta, que deja su rastro en los poemas de Soledades y en no pocos regresos del poeta a los recuerdos de su infancia sevillana. Menos comprensivo, en cambio, es el biógrafo con la complicada relación platónica que Machado mantiene con la mediocre poetisa Pilar Valderrama, la “Guiomar” del último tramo de su obra. Es más que posible que al poeta no le satisfacieran los límites que su amada impuso a la relación; pero también parece evidente que el campo meramente imaginario y sentimental en el que ésta habría de desarrollarse no es del todo ajeno a los postulados de su mundo poético. Hay una posible contrapartida, claro: en algún lugar de esta biografía se alude a las posibles visitas del Machado viudo a algún burdel. Pero aquí tropezamos con la causa principal de las muchas zonas de sombra que presenta su vida: la falta de testimonios suficientes.


Gibson saca todo el partido posible de los que hay, y logra trozos en los que el lector visualiza sin dificultad las circunstancias materiales y el transcurrir del día a día del poeta. Así ocurre, amén de en las ya mencionadas páginas finales, en las dedicadas a su estancia en Soria, por ejemplo, o en la difícil labor de taracea que supone hacer casar las cartas de Machado a Pilar Valderrama y los recuerdos de ésta para construir una crónica verosímil de lo que verdaderamente sucedió (aunque echamos de menos, en fin, el relato, tan revelador, de las circunstancias en que la identidad de “Guiomar” terminó finalmente aflorando, gracias, entre otras aportaciones, a las bien fundadas intuiciones de José Luis Cano; aunque es muy posible que, cuando Cano da a luz sus artículos, en 1959, la identidad de la amada de Machado fuese ya un secreto a voces).

En cualquier caso, no parece que la trayectoria vital de Machado oculte ya para nosotros ningún misterio, más allá de las lagunas existentes en el conocimiento de algunas etapas de su vida, o de ese otro milagro inexplicable que es la creación poética. Y casi nos alegramos de ello: en esta biografía no aflora ninguna revelación impertinente o escandalosa, ninguna intimidad que incomode, ningún descubrimiento sorprendente. Si acaso, el continuo contrapunto entre la realidad y la inteligencia despierta del poeta, que sueña con poseer físicamente a la amada que mejor encaja en su concepción mentalista del amor, o tiene la humorada de declararse “no socialista” en un mitin de las Juventudes Socialistas Unificadas… Un personaje singular, vástago de la mejor España y, comprensiblemente, víctima de la otra. Recorrer su vida es un pretexto inmejorable para releer su obra. También, para reflexionar sobre algunos acontecimientos de nuestra desgraciada historia; y, quizá, para ver bajo otra luz ciertas preocupantes actitudes del presente



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