Antonio Machado

Antonio Machado

domingo, 24 de marzo de 2019

Poema

  






Al borrarse la nieve. Se alejaron
Los montes de la sierra.
La vega ha verdecido
al  sol de abril, la vega
tiene la verde llama,
la vida, que no pesa;
y piensa el alma en una mariposa,
atlas del mundo, y sueña.
             Antonio Machado






sábado, 23 de marzo de 2019

Antonio Machado en el andén del exilio

El pueblo francés de Collioure conmemora el 80º aniversario de la muerte del poeta sevillano. Su tumba es un icono de la memoria republicana


16 FEB 2019

Antonio Machado, visto por Sciammarella.
El 28 de enero de 1939 a las 17.30 se bajaron en la estación de Collioure cinco personas que media hora antes se habían subido al tren en Cerbère, el primer pueblo de la costa francesa por el lado oriental de los Pirineos. Eran Antonio Machado, su madre —Ana Ruiz—, su hermano José, la esposa de este —Matea Monedero— y el escritor Corpus Barga, que los había ayudado a salir de la ratonera en que se había convertido el paso fronterizo de Els Balitres, atestado de refugiados que huían de las tropas franquistas.
El jefe de estación de Collioure era un joven llamado Jacques Baills al que le preguntaron si había cerca un hotel. Baills les indicó el mismo en el que se alojaba él, el Bougnol-Quintana, a 10 minutos a pie siguiendo una avenida en dirección al mar. Mientras Matea cargaba el poco equipaje que les había quedado, José ayudaba a su hermano Antonio, que caminaba a duras penas. Padecía del corazón y tenía asma: mal panorama para un fumador empedernido que había pasado horas bajo la lluvia. Tenía 64 años, parecía un viejo. Tiempo antes había escrito a un amigo que se sentía así: viejo y enfermo. Viejo porque pasar de los 60 “son muchos años para un español”. Enfermo porque sus “vísceras” se habían “puesto de acuerdo para no cumplir su función”. Su madre, agotada, le sacaba 20 años. Cuando Corpus Barga la tomó en brazos —“pesaba como una niña”, recordará luego—, la anciana le formuló al oído una pregunta ya convertida en símbolo: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”.
El domingo 27 de enero, cuando faltaba un día para que se cumplieran 80 años de aquella escena, se descubrió una placa en recuerdo de aquel viaje. La compañía francesa de trenes no permite en sus instalaciones inscripciones ajenas al ferrocarril y la placa tuvo que colocarse provisionalmente en la caseta de electricidad del aparcamiento. Lo cuenta delante de ella Jacques Issorel, autoridad mundial en la etapa final de Machado y autor del libro Últimos días en Collioure, 1939 (Renacimiento).
Marsellés de 78 años y profesor emérito de Literatura en la Universidad de la vecina Perpiñán, Issorel conoció en 1972 a Jacques Baills, que tenía 27 años el día que se encontró con los Machado y nunca pudo olvidar aquel momento. “Imagínate, fue el encuentro de su vida”, cuenta Issorel camino de la placette —oficialmente, Place Géneral Leclerc—, sembrada de plátanos imponentes con ramas que parecen muñones. “Baills no era un hombre de gran cultura, pero tenía inquietudes: coleccionaba sellos y había estudiado español. Por eso reconoció a Machado. Cuando vio su nombre en el registro del hotel Quintana y al lado la palabra "profesor", recordó unos versos que tenía copiados en su cuaderno de español. Le preguntó si era el poeta y él le dijo que sí. Desde entonces se vieron con frecuencia”.
El profesor Issorel conoció también a Juliette Figuères, la dueña de la mercería de la placette. Allí recalaron los Machado preguntando por el hotel, al otro lado del Douy, un riachuelo cuyo cauce, seco, se usa ahora como una calle más. Aquella tarde madame Figuères les preparó café y, días más tarde, les prestó dinero para que compraran sellos y pudieran escribir a las hijas de José, enviadas a la Unión Soviética. También regaló una camisa a cada hermano. Hasta entonces, los días de colada bajaban por separado a comer: compartir la única que tenían mientras se secaba la otra. Fue ella la que cosió la bandera que cubrió al poeta el día de su muerte. Fue el 22 de febrero, Miércoles de Ceniza, horas antes de que llegase la carta de la Universidad de Cambridge ofreciéndole el puesto de lector.
Si Antonio Machado salió poco del Quintana, hoy su ruta en Collioure es un paseo de minutos: la estación, la mercería (convertida en tienda de “vinos de autor”), el hotel (cerrado), el castillo en el que estaban confinados los soldados españoles que portaron su ataúd y, por supuesto, el cementerio. Cinco banderas republicanas, varios ramos de flores, un bajorrelieve con la efigie del poeta, tres placas y dos folios con sendos poemas adornaban el martes pasado su tumba, la primera que se ve al entrar en el camposanto. No siempre estuvo ahí. Hasta julio de 1958 sus restos ocuparon un nicho cercano cedido por una amiga de la señora Quintana. Cuando la familia necesitó ese nicho, el poeta fue trasladado al lugar definitivo después de que el Ayuntamiento de Collioure regalara el terreno y un comité al que pertenecía Baills promoviera una colecta a la que contribuyeron, entre muchos otros, Albert Camus, René Char, André Malraux y Pau Casals. El músico, recuerda Issorel, estaba por entonces en Prades, a una hora de aquí, y se ofreció a tocar en el segundo sepelio: “Como la familia no quería actos públicos, Casals vino a las pocas semanas y tocó el violonchelo con el cementerio vacío”. Meses después, en el invierno de 1959, coincidiendo con el 20º aniversario de la muerte de Machado, serían los escritores de la generación de los cincuenta —de Gil de Biedma a Caballero Bonald, pasando por Ángel González— los que peregrinarían a Francia para rendir homenaje al maestro poético de la posguerra y, de paso, promocionarse como generación. Las fotos de aquel día se repiten en los libros de historia de la literatura, pero en Collioure nada hace sombra al homenajeado. “Casi nadie se acuerda aquí”, explica Issorel, “de la visita de los poetas del cincuenta”.
Los pueblos de los Pirineos franceses conmemoran algo que nombran en español: la retirada
La tumba de Machado está siempre tapizada de flores y papeles, versos suyos y ajenos, dibujos y cartas de lo más variopinto: exvotos para un santo laico. En 1980 se instaló un buzón en la tumba para evitar que los papeles se dispersaran y ahora forman parte del Fondo Documental Palabra en el Tiempo que se custodia en la flamante mediateca del pueblo, inaugurada en septiembre pasado en frente del hotel Quintana y bautizada, cómo no, con el nombre del poeta andaluz. En el último piso tiene su sede la Fundación Antonio Machado de Collioure (FAM), creada en 1977. Son los dominios de Jacques Rodor, tesorero, que abre con orgullo el archivador con las 32.000 piezas recogidas en estas cuatro décadas y cuyo estudio está en manos de la Universidad de Alcalá de Henares.
El traslado de 1958 se aprovechó para colocar en la misma tumba a la madre del poeta, que murió 72 horas después que su hijo y reposaba hasta entonces en la zona del cementerio destinada a los pobres. También las autoridades franquistas aprovecharon el momento para pedir que los restos de Machado fueran llevados a España. La familia, desde el exilio en Chile, se negó. Lo mismo hicieron sus representantes en Francia cuando en 1966, Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo de Franco, volvió a la carga. Cada febrero, la FAM celebra una jornada de homenaje el domingo más próximo al 22 de febrero. Este año será el 24. En 2014 acudió a los actos un representante de la Junta de Andalucía que insinuó que su ilustre paisano debería descansar en Sevilla. “La propuesta fue discreta”, recuerda Jacques Issorel, “pero la reacción fue claramente hostil”. Él comparte esa reac­ción: “Esta tumba no es solo la de un gran poeta, es el símbolo del éxodo de la España republicana”. Lo mismo opina Joëlle Santa-García, nacida en Elche hace 56 años, emigrada con sus padres en los años sesenta, profesora de español en un instituto de Perpiñán y presidenta de la FAM desde hace seis años. “Antonio Machado es el portavoz de esos 500.000 españoles que, como él, tuvieron que dejar su país”, sostiene. “Desplazar su sepultura sería negársela simbólicamente a quienes no tienen su fama”.

“La patria de Machado es su tumba en Collioure”, dice tajante Serge Barba citando a Oriol Ponsatí-Murlà, profesor de la Universidad de Girona, que durante aquella jornada machadiana de 2014, 75º aniversario del éxodo, glosó en una conferencia la definición de patria de Diderot y D’Alembert: no es el lugar donde nacimos sino donde somos libres. Barba ha recogido esa intervención en el volumen bilingüe Collioure… Los días azules de Antonio Machado, recién coeditado por la FAM y la editorial rosellonesa Trabucaire. Tomando el título del celebérrimo último verso del poeta —“Estos días azules y este sol de la infancia”—, el libro recopila textos e imágenes sobre el autor sevillano y sobre el pueblo que lo acogió firmados por autores como Louis Aragon, Joan Manuel Serrat, Mercedes Cuesta, Monique Alonso y, por supuesto, Jacques Issorel.
“En Francia la memoria histórica no está politizada”, afirma el historiador Serge Barba, hijo de exiliados
A ese recopilatorio se sumará la semana que viene Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa), del hispanista Ian Gibson, que ya en 2006 firmó Ligero de equipaje, la biografía de referencia del autor de Soledades. Por su parte, la Universidad de Zaragoza acaba de publicar‘La herencia de’ Antonio Machado, un estudio de Jesús Rubio Jiménez sobre las “apropiaciones” del “gran poeta cívico español del siglo XX”. Rubio Jiménez se extiende entre 1939 y 1970. Quince años más tarde nació la autora cordobesa Elena Medel, que en 2005 consagró a Machado el ensayo El mundo mago (Ariel), nacido de su interés por “una poesía comprometida que no sea explícita”, explica. “En su obra, por ejemplo, el paisaje tiene un sentido político”. Al otro lado del Atlántico, en la Universidad de Iowa, el poeta granadino Luis Muñoz ultima estos días una aproximación a la estética machadiana que busca, sostiene, limpiarlo de “hagiografía” y subrayar lo que tiene de “furia cordial” y de “modernidad sin modernolatría”. Buscaba “una renovación desde los cimientos de los valores individuales y colectivos que conservase un lazo con lo clásico”.
“Profeta ni mártir / quiso Antonio ser. / Y un poco de todo lo fue sin querer”, dice Serrat en la antología preparada por Serge Barba, que reconoce que la figura de Machado ha servido de altavoz a la estampida que en 1939 llevó a 500.000 españoles a atravesar la frontera. Los franceses lo conocen con una palabra sin traducir —Retirada— omnipresente este año en el departamento de los Pirineos Orientales, cuyo Gobierno ha publicado un programa de actos de 24 páginas. Barba presidió hasta 2009 la asociación FFREEE (Fils et Filles de Républicains Espagnols et Enfants de l’Exode), que ha impulsado decisivamente el recuerdo del exilio español. “A rendirle homenaje a Machado siempre ha venido gente”, explica Barba, “pero en los últimos años la historia de la Retirada se ha popularizado en toda la región”. No quiere, sin embargo, comparar el estado de la memoria histórica a ambos lados de la cordillera aunque subraya que la Generalitat de Cataluña hace un buen trabajo: “80 años después, en Francia se ha olvidado lo malo. Hoy es fácil arrepentirse del maltrato del 39 a los refugiados, de las alambradas, los campos de concentración… Mientras aquí el tema no está politizado, en España la oposición criptofranquista sigue a lo suyo. Pero bueno, los exiliados vinieron a este lado”. Entre ellos estaban sus padres, una sevillana y un murciano emigrados a Barcelona que huyeron a Francia al final de la Guerra Civil. Al llegar fueron separados y recluidos en distintos lugares. Cuando su madre supo que su marido había conseguido salir del campo de Saint-Cyprien para instalarse en Elne, se reunió con él. En 1939 una joven maestra suiza había fundado en ese pueblo una maternidad para evitar que las mujeres diesen a luz en condiciones inhumanas en los campos de refugiados de la costa. Allí nació Serge Barba en 1941, el mismo año en que la Comisión Depuradora del Ministerio de Educación franquista despojaba póstumamente a Antonio Machado de todos sus derechos como funcionario.

A siete kilómetros al norte de Collioure, los jubilados pasean por el puerto de Argelès. En el pueblo hay un centro memorial y un cementerio de los Españoles en la avenida de la Retirada. Ya en la playa, un monolito recuerda que hace 80 años improvisaron sobre la arena un campo de concentración por el que pasaron 100.000 personas. “Su desgracia:”, se lee en la inscripción, “haber luchado para defender la democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939”. Y termina: “Hombre libre, recuérdalo”.