29/07/2014
No han cesado en España las manifestaciones literarias y periodísticas
que evocaron el 75º aniversario de la muerte de un poeta que para muchos fue el
mayor entre los españoles del siglo XX. Los diarios se han ocupado copiosamente
del simbolismo histórico aparejado a la muerte de Antonio Machado y sus
dramáticos días postreros, integrando en 1939 un contingente de republicanos en
derrota hacia la frontera francesa. Sus dolorosos días finales, viejo, fatigado
y enfermo, fueron narrados por el escritor catalán Xavier Febrés en "Els
ultimens dies de Machado" y reflejados en la crónica que le dedicó Javier
Cercas en "Los soldados de Salamina". En esos textos se describen las
vicisitudes del convoy de cientos de familias y soldados republicanos que al
fin de la guerra fratricida atravesaban Cataluña en busca de salvación y
libertad. El 27 de enero murió el poeta -tres días después lo seguiría su
madre- y el hermano encontró en el bolsillo de su abrigo un papel arrugado con
unas palabras a lápiz que serían quizá las primeras de un último poema. Decían:
"Estos días azules y este sol de la infancia", y fueron recordadas en
un homenaje del diario "El País" como "el más hermoso verso
inacabado de nuestra historia literaria".
En Collioure, un pueblo francés costero, quedó la tumba de Antonio. Se
convirtió en objeto de peregrinación de admiradores que la mantienen cubierta
de mensajes y flores. (Con perdón por la cita privada, conservo una postal
recibida de mi hija Guiomar, que me dice: "Después de visitar la tumba del
poeta y leer en su honor algunas de sus canciones, te mando desde Collioure
abrazos cariñosos"). Y ahora, como desde hace largo tiempo, al cumplirse
un nuevo aniversario han vuelto a conocerse demandas de restitución de los
restos de Machado a tierra española. Como es de esperar teniendo también en
cuenta su simbolismo político e histórico -la tumba del poeta se valoriza como
un recuerdo del exilio republicano-, no han faltado reacciones ante la
reapertura del debate. Pero, plantearon algunos, ¿a quiénes pertenecen los
escritores? ¿A su familia, a sus lectores, al gobierno del país en donde
nacieron? ¿Quién debe decidir dónde deben descansar sus restos? Alguien ofreció
un fallo salomónico: la verdadera patria de un escritor son sus palabras.
Hay propuestas diferentes. El gobierno de Andalucía, por ejemplo,
planteó el retorno a su provincia natal, apoyándose en la referencia del poema
autobiográfico ("Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un
huerto claro donde madura el limonero…") que entre nosotros popularizó
Joan Manuel Serrat. Existe hasta una "Red de Ciudades Machadianas"
que presentan demandas. Y no faltan, por supuesto, pretensiones de intereses
turísticos que, invocando como antecedente lo proficuo que le resulta a París
el "Pére Lachaise", tradicional cementerio con muertos ilustres,
proponen el negocio de un santuario en tierra española. Ian Gibson, hispanista
de origen irlandés que vive en España y es autor de "La vida de Antonio
Machado. Ligero de equipaje", un libro de 759 páginas que le insumió siete
años de investigación, es tajante: "Estoy totalmente en contra de la
repatriación. Sus restos deben permanecer en Collioure, porque así la gente
tendrá más clara una etapa histórica de España". Otra opinión importante
es la de Antonio Muñoz Molina, premio Príncipe de Asturias 2013, quien
manifestó: "El mejor monumento a la memoria de Machado ya está construido
en Collioure, ese cementerio tan modesto y cercano a España. Fuera de su patria
resalta paradójicamente su universalidad y está a salvo de grotescas
reclamaciones identitarias". (1) Distinta es la opinión de Luis García
Montero, poeta y novelista, quien opina que donde está, territorio francés cuyo
gobierno maltrató por entonces a los exiliados, no es lugar digno de Machado.
Propone traerlo al Panteón Civil de Madrid, ciudad que alojó a la Institución Libre
de Enseñanza donde se formó como pensador libertario.
Son diversas, como se ve, las opiniones sobre el destino mejor para los
restos del poeta. Entre todas importa como la que más la de un hermano suyo
quien, a su lado hasta el fin, le dio sepultura en Collioure envuelto en la
bandera republicana. Escribió José: "Lo enterramos ayer en este sencillo
pueblito de pescadores cerca del mar. Allí esperará hasta que una humanidad
menos bárbara y cruel le permita volver a sus tierras castellanas que tanto
amó". Esta hubiera sido quizá su elección, si hubiera podido el poeta
determinar el lugar de su tumba. Lo insinuó, podemos deducirlo, varias veces.
Nació en Sevilla pero siempre suspiró por los yermos castellanos. "Mi
corazón está donde ha nacido,/ no a la vida, al amor, cerca del Duero…/ ¡el
muro blanco y el ciprés erguido!", se lee en "Campos de
Castilla", su poemario mayor, más entrañable e íntimo.
(1) Mario Vargas Llosa irrumpió con otro caso enjuiciando la iniciativa
de una legisladora que, en el 2009, presentó un proyecto de ley para trasladar
los restos de Jorge Luis Borges desde Ginebra a Buenos Aires. Expresó,
dirigiéndose a colegas escritores, que nadie puede poner lo que ha escrito a
salvo de futuras manipulaciones, distorsiones y vejaciones. Pero que sí es
posible "precaverse contra póstumas emboscadas como la que estuvo en
marcha contra los huesos del pobre Borges, haciéndose incinerar y que se esparzan
sus cenizas en lugares inaccesibles".
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
(*) Doctor en Filosofía