Azaña
y Machado: A la altura de las circunstancias
Escrito por Vicente Alberto Serrano
Últimas y patéticas imágenes de
Manuel Azaña (60 años) y Antonio Machado (64 años) que en plena tragedia
lograron estar “A la altura de las circunstancias”.
Hace un año publicaba José Esteban, Gentes de mi tiempo (Ed. Reino de Cordelia). Una selección de textos de Manuel Azaña sobre algunos personajes que
protagonizaron la vida y la cultura de su época. Primer
volumen de un ambicioso proyecto que, a lo largo de otras tres entregas,
pretende conformar una antología indispensable para llegar a conocer en
profundidad la trayectoria política y literaria del que fuese Presidente de la
Segunda República española. Por supuesto que ya existían unas Obras Completas preparadas
por Juan Marichal para la editorial Oasis de México (1966-1968), inalcanzables
en nuestro país durante el franquismo y, por diversas circunstancias, con
inevitables lagunas. Más tarde –en 1990– Enrique de Rivas realizó la cuidada
recopilación de los inéditos Apuntes de memoria(Ed. Pretextos)
y en 2007 Santos Juliá, avalado por el Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, logró reunir en siete contundentes e impecables tomos, toda
la obra azañista recuperada hasta ese momento. Un año más tarde, tal vez con
cierto afán comercial, sería reeditada por Taurus en una mediocre edición.
Siguiendo el ejemplo de Aurora de
Albornoz.
En su clarificador capítulo preliminar, José Esteban señala que la obra de
Azaña, perseguida y silenciada durante años, tampoco se mostraba muy asequible
para el consumo popular en esas extensas e inalcanzables ediciones. A comienzos
de la década de los setenta Aurora de Albornoz tuvo la valentía de preparar
para la editorial Cuadernos para el Diálogo, una completísima antología de la
prosa de don Antonio Machado en cuatro volúmenes de bolsillo. A pesar de la
férrea observancia de la censura franquista con sus obsesivas tachaduras, esos
manoseados tomos nos dieron a conocer, a toda una generación, los agudos y
sabios comentarios del maestro Juan de Mairena. De este modo se nos abrieron
aún más las dimensiones y la admiración hacia el poeta de las Soledades,
ya que a través de aquellos textos tuvimos la oportunidad de descubrir también
al pensador. José Esteban pretende algo parecido con Azaña y así nos aclara –en
una extensa nota incluida en el prólogo del primer tomo– que ha querido partir
del mismo esquema que Aurora de Albornoz. Conociendo los hechos, algunos
todavía nos mostramos algo pesimistas sobre los resultados que esta serie
antológica pueda obtener, porque mientras la memoria del poeta sevillano, que
se consideraba asimismo como un hombre: «...en el buen sentido de la palabra:
bueno», ha sido respetada desde casi todos los sectores e ideologías; la obra
del político y escritor alcalaíno, no sólo ha sido perseguida y silenciada
durante años, sino también, y sobre todo, descalificada desde un obsesivo odio
constante, sistemáticamente calculado y conculcado por sus detractores que, a
lo largo de décadas, han logrado abonar aún más la ignorancia de un sector
mayoritario que desconociendo párrafo alguno de su obra, son capaces de
barajar, sin ningún pudor, los mismos insultos que ya manejaban Lerroux en 1933
o Arrarás en el 39.
Memorias íntimas de Azaña.
Aquel obsesivo odio de los golpistas hacia la figura del Presidente legítimo de
la República hizo que el gobierno de Burgos le encargase al periodista Joaquín
Arrarás la edición de unas Memorias íntimas de Azaña con el
material de sus Diarios robados en Ginebra. Arrarás afirmaba que había
trabajado sobre los textos de Azaña «con la misma precaución del químico que
opera con venenos», pero no le quedó más remedio que leerlos, aunque «con
repugnancia» y se vio obligado a preparar las indispensables, ofensivas y
numerosas anotaciones para que el volumen cumpliese con el objetivo
propagandístico que se pretendía. Ediciones Españolas lo publicó en Madrid en
1939. Ignoramos la repercusión que pudiera tener en su momento y si cumplió con
los objetivos deseados por los vencedores, porque para una población derrotada
y vencida, imagino que en esos momentos los libros propagandísticos no
supondrían una de sus prioridades.
A la altura de las circunstancias.
La editorial Reino de Cordelia al parecer ha decidido alterar
el orden de la antología coordinada por José Esteban. Razones de peso que defendemos, porque cuando está a punto de cumplirse 80 años del levantamiento militar de
1936, resultaba significativo que este 14 de abril se presentase en la librería
Alberti de Madrid, el cuarto tomo de la serie: A la altura de las
circunstancias. Escritos de Manuel Azaña sobre la Guerra Civil, con
selección, edición y prólogo de Isabelo Herreros. Si me empeñaba en citar más
arriba la vengativa y manipulada edición de Joaquín Arrarás, era simplemente
porque deseaba contraponerla con el rigor de este tomo, cuyos textos no
solamente están ciudadosamente escogidos, sino que con ellos Isabelo Herreros
logra aportar un enriquecedor mosaico para tratar de entender la sinrazón. El
extenso prólogo y las aclaratorias acotaciones del editor; suponen un material
complementario e indispensable que nos ayuda a perfilar y entender los hechos y
las posiciones de políticos, intelectuales y militares de uno y otro mando,
analizados por Azaña en estas páginas con la mirada certera de su
característico estilo. Un volumen en suma que se ajusta perfectamente a las
pretensiones de su coordinador, ese deseo de José Esteban para que el gran
público descubra el auténtico retrato de un desconocido.
Machado y Azaña
El cuarto tomo de sendas antologías –la de Machado y Azaña– se titulan del
mismo modo. Cuando recuperamos aquella mítica obra que preparó Aurora de Albornoz (Ed. Cuadernos para el Diálogo) y la comparamos con esta otra de
Isabelo Herreros (Ed. Reino de Cordelia), se nos muestra un curioso paralelismo
que va más allá de los trágicos momentos finales vividos por sus protagonistas.
La penosa travesía de Machado camino de Collioure, está contada por su hermano
José, frente a la dramática narración al cruzar la frontera que Azaña le
describe en una larga carta a Ángel Ossorio. Con ella acaba la antología
preparada por Isabelo, que contiene además en su tramo final íntegros los
cuatro últimos discursos de Manuel Azaña, en Valencia, Madrid y Barcelona. Prologados en su día por Antonio
Machado en una edición publicada en 1939 por
Espasa-Calpe con el título de Los españoles en
guerra que por las razones que todos conocemos, no llegó a distribuirse. La
antología de Aurora de Albornoz se cierra con el último discurso de Antonio
Machado dirigido a las Juventudes Socialistas Unificadas, pronunciado en
Valencia el 1 de mayo de 1937. Cuando contemplo, una vez más, la última imagen
de esos dos rostros desgarrados por la tristeza de la derrota; de modo
inevitable regresan a mi memoria las palabras que un día escribió Francisco
Tomás y Valiente, asesinado por ETA en 1996: «...para la memoria colectiva de
nosotros los españoles es bueno que se sepa siempre dónde y por qué están
enterrados Azaña y Machado o los miles de prisioneros políticos anónimos que
fueron a dar con sus huesos en Mauthausen. Recuperemos sus figuras y su obras,
pero no su polvo».