El pueblo francés de
Collioure conmemora el 80º aniversario de la muerte del poeta sevillano. Su
tumba es un icono de la memoria republicana
16 FEB
2019
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Antonio Machado, visto por Sciammarella. |
El 28 de enero de 1939
a las 17.30 se bajaron en la estación de Collioure cinco personas que media
hora antes se habían subido al tren en Cerbère, el primer pueblo de la costa
francesa por el lado oriental de los Pirineos. Eran Antonio Machado, su madre
—Ana Ruiz—, su hermano José, la esposa de este —Matea Monedero— y el escritor
Corpus Barga, que los había ayudado a salir de la ratonera en que se había
convertido el paso fronterizo de Els Balitres, atestado de refugiados que huían
de las tropas franquistas.
El jefe de estación de Collioure era un joven llamado Jacques Baills al que
le preguntaron si había cerca un hotel. Baills les indicó el mismo en el que se
alojaba él, el Bougnol-Quintana, a 10 minutos a pie siguiendo una avenida en
dirección al mar. Mientras Matea cargaba el poco equipaje que les había
quedado, José ayudaba a su hermano Antonio, que caminaba a duras penas. Padecía
del corazón y tenía asma: mal panorama para un fumador empedernido que había
pasado horas bajo la lluvia. Tenía 64 años, parecía un viejo. Tiempo antes había
escrito a un amigo que se sentía así: viejo y enfermo. Viejo porque pasar de
los 60 “son muchos años para un español”. Enfermo porque sus “vísceras” se
habían “puesto de acuerdo para no cumplir su función”. Su madre, agotada, le
sacaba 20 años. Cuando Corpus Barga la tomó en brazos —“pesaba como una niña”,
recordará luego—, la anciana le formuló al oído una pregunta ya convertida en
símbolo: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”.
El domingo 27 de
enero, cuando faltaba un día para que se cumplieran 80 años de aquella
escena, se descubrió una placa en recuerdo de
aquel viaje. La compañía francesa de trenes no permite en sus instalaciones
inscripciones ajenas al ferrocarril y la placa tuvo que colocarse
provisionalmente en la caseta de electricidad del aparcamiento. Lo cuenta
delante de ella Jacques Issorel, autoridad mundial en la etapa final de Machado
y autor del libro Últimos días en Collioure, 1939 (Renacimiento).
Marsellés de 78 años y profesor emérito de Literatura en la Universidad de
la vecina Perpiñán, Issorel conoció en 1972 a Jacques Baills, que tenía 27 años
el día que se encontró con los Machado y nunca pudo olvidar aquel momento.
“Imagínate, fue el encuentro de su vida”, cuenta Issorel camino de la placette —oficialmente,
Place Géneral Leclerc—, sembrada de plátanos imponentes con ramas que parecen
muñones. “Baills no era un hombre de gran cultura, pero tenía inquietudes:
coleccionaba sellos y había estudiado español. Por eso reconoció a Machado.
Cuando vio su nombre en el registro del hotel Quintana y al lado la palabra
"profesor", recordó unos versos que tenía
copiados en su cuaderno de español. Le preguntó si era el poeta y él le dijo
que sí. Desde entonces se vieron con frecuencia”.
El profesor Issorel
conoció también a Juliette Figuères, la dueña de la mercería de la placette.
Allí recalaron los Machado preguntando por el hotel, al otro lado del Douy, un
riachuelo cuyo cauce, seco, se usa ahora como una calle más. Aquella
tarde madame Figuères les preparó café y, días más tarde, les prestó
dinero para que compraran sellos y pudieran escribir a las hijas de José,
enviadas a la Unión Soviética. También regaló una camisa a cada hermano. Hasta
entonces, los días de colada bajaban por separado a comer: compartir la única
que tenían mientras se secaba la otra. Fue ella la que cosió la bandera que
cubrió al poeta el día de su muerte. Fue el 22 de febrero, Miércoles de Ceniza,
horas antes de que llegase la carta de la Universidad de Cambridge ofreciéndole
el puesto de lector.
Si Antonio Machado salió poco del Quintana, hoy su ruta en Collioure es un
paseo de minutos: la estación, la mercería (convertida en tienda de “vinos de
autor”), el hotel (cerrado), el castillo en el que estaban confinados los
soldados españoles que portaron su ataúd y, por supuesto, el cementerio. Cinco
banderas republicanas, varios ramos de flores, un bajorrelieve con la efigie
del poeta, tres placas y dos folios con sendos poemas adornaban el martes
pasado su tumba, la primera que se ve al entrar en el camposanto. No siempre
estuvo ahí. Hasta julio de 1958 sus restos ocuparon un nicho cercano cedido por
una amiga de la señora Quintana. Cuando la familia necesitó ese nicho, el poeta
fue trasladado al lugar definitivo después de que el Ayuntamiento de Collioure
regalara el terreno y un comité al que pertenecía Baills promoviera una colecta
a la que contribuyeron, entre muchos otros, Albert Camus, René Char, André
Malraux y Pau Casals. El músico, recuerda Issorel, estaba por entonces en
Prades, a una hora de aquí, y se ofreció a tocar en el segundo sepelio: “Como
la familia no quería actos públicos, Casals vino a las pocas semanas y tocó el
violonchelo con el cementerio vacío”. Meses después, en el invierno de 1959,
coincidiendo con el 20º aniversario de la muerte de Machado, serían los
escritores de la generación de los cincuenta —de Gil de Biedma a Caballero
Bonald, pasando por Ángel González— los que peregrinarían a Francia para rendir
homenaje al maestro poético de la posguerra y, de paso, promocionarse como
generación. Las fotos de aquel día se repiten en los libros de historia de la
literatura, pero en Collioure nada hace sombra al homenajeado. “Casi nadie se
acuerda aquí”, explica Issorel, “de la visita de los poetas del cincuenta”.
Los pueblos de los Pirineos franceses conmemoran algo que nombran en
español: la retirada
La tumba de Machado
está siempre tapizada de flores y papeles, versos suyos y ajenos, dibujos y
cartas de lo más variopinto: exvotos para un santo laico. En 1980 se instaló
un buzón en la tumba para evitar que los papeles se dispersaran y ahora forman
parte del Fondo Documental Palabra en el Tiempo que se custodia en la flamante
mediateca del pueblo, inaugurada en septiembre pasado en frente del hotel
Quintana y bautizada, cómo no, con el nombre del poeta andaluz. En el último
piso tiene su sede la Fundación Antonio Machado de Collioure (FAM), creada en
1977. Son los dominios de Jacques Rodor, tesorero, que abre con orgullo el
archivador con las 32.000 piezas recogidas en estas cuatro décadas y cuyo
estudio está en manos de la Universidad de Alcalá de Henares.
El traslado de 1958 se
aprovechó para colocar en la misma tumba a la madre del poeta, que murió 72
horas después que su hijo y reposaba hasta entonces en la zona del cementerio
destinada a los pobres. También las autoridades franquistas aprovecharon el
momento para pedir que los restos de Machado fueran llevados a España. La
familia, desde el exilio en Chile, se negó. Lo mismo hicieron sus
representantes en Francia cuando en 1966, Manuel Fraga, ministro de Información
y Turismo de Franco, volvió a la carga. Cada febrero, la FAM celebra una
jornada de homenaje el domingo más próximo al 22 de febrero. Este año será el
24. En 2014 acudió a los actos un representante de la Junta de Andalucía que
insinuó que su ilustre paisano debería descansar en Sevilla. “La propuesta fue
discreta”, recuerda Jacques Issorel, “pero la reacción fue claramente hostil”.
Él comparte esa reacción: “Esta tumba no es solo la de un gran poeta, es el
símbolo del éxodo de la España republicana”. Lo mismo opina Joëlle
Santa-García, nacida en Elche hace 56 años, emigrada con sus padres en los años
sesenta, profesora de español en un instituto de Perpiñán y presidenta de la
FAM desde hace seis años. “Antonio Machado es el portavoz de esos 500.000
españoles que, como él, tuvieron que dejar su país”, sostiene. “Desplazar su
sepultura sería negársela simbólicamente a quienes no tienen su fama”.
“La patria de Machado
es su tumba en Collioure”, dice tajante Serge Barba citando a Oriol
Ponsatí-Murlà, profesor de la Universidad de Girona, que durante aquella
jornada machadiana de 2014, 75º aniversario del éxodo, glosó en una conferencia
la definición de patria de Diderot y D’Alembert: no es el lugar donde nacimos
sino donde somos libres. Barba ha recogido esa intervención en el volumen
bilingüe Collioure… Los días azules de Antonio Machado, recién
coeditado por la FAM y la editorial rosellonesa Trabucaire. Tomando el título
del celebérrimo último verso del poeta —“Estos días azules y este sol de la
infancia”—, el libro recopila textos e imágenes sobre el autor sevillano y
sobre el pueblo que lo acogió firmados por autores como Louis Aragon, Joan
Manuel Serrat, Mercedes Cuesta, Monique Alonso y, por supuesto, Jacques
Issorel.
“En Francia la memoria histórica no está politizada”, afirma el historiador
Serge Barba, hijo de exiliados
A ese recopilatorio se
sumará la semana que viene Los últimos caminos de Antonio Machado (Espasa),
del hispanista Ian Gibson, que ya en 2006 firmó Ligero de equipaje, la
biografía de referencia del autor de Soledades. Por su parte, la Universidad
de Zaragoza acaba de publicar‘La herencia de’ Antonio Machado, un estudio
de Jesús Rubio Jiménez sobre las “apropiaciones” del “gran poeta cívico español
del siglo XX”. Rubio Jiménez se extiende entre 1939 y 1970. Quince años más
tarde nació la autora cordobesa Elena Medel, que en 2005 consagró a Machado el
ensayo El mundo mago (Ariel), nacido de su interés por “una poesía
comprometida que no sea explícita”, explica. “En su obra, por ejemplo, el
paisaje tiene un sentido político”. Al otro lado del Atlántico, en la
Universidad de Iowa, el poeta granadino Luis Muñoz ultima estos días una
aproximación a la estética machadiana que busca, sostiene, limpiarlo de
“hagiografía” y subrayar lo que tiene de “furia cordial” y de “modernidad sin
modernolatría”. Buscaba “una renovación desde los cimientos de los valores
individuales y colectivos que conservase un lazo con lo clásico”.
“Profeta ni mártir / quiso Antonio ser. / Y un poco de todo lo
fue sin querer”, dice Serrat en la antología preparada por Serge Barba, que
reconoce que la figura de Machado ha servido de altavoz a la estampida que en
1939 llevó a 500.000 españoles a atravesar la frontera. Los franceses lo
conocen con una palabra sin traducir —Retirada— omnipresente este año en el
departamento de los Pirineos Orientales, cuyo Gobierno ha publicado un programa
de actos de 24 páginas. Barba presidió hasta 2009 la asociación FFREEE (Fils et Filles
de Républicains Espagnols et Enfants de l’Exode), que ha impulsado
decisivamente el recuerdo del exilio español. “A rendirle homenaje a Machado
siempre ha venido gente”, explica Barba, “pero en los últimos años la historia
de la Retirada se ha popularizado en toda la región”. No quiere, sin embargo,
comparar el estado de la memoria histórica a ambos lados de la cordillera
aunque subraya que la Generalitat de Cataluña hace un buen trabajo: “80 años
después, en Francia se ha olvidado lo malo. Hoy es fácil arrepentirse del
maltrato del 39 a los refugiados, de las alambradas, los campos de
concentración… Mientras aquí el tema no está politizado, en España la oposición
criptofranquista sigue a lo suyo. Pero bueno, los exiliados vinieron a este
lado”. Entre ellos estaban sus padres, una sevillana y un murciano emigrados a
Barcelona que huyeron a Francia al final de la Guerra Civil. Al llegar fueron
separados y recluidos en distintos lugares. Cuando su madre supo que su marido
había conseguido salir del campo de Saint-Cyprien para instalarse en Elne, se
reunió con él. En 1939 una joven maestra suiza había fundado en ese pueblo una
maternidad para evitar que las mujeres diesen a luz en condiciones inhumanas en
los campos de refugiados de la costa. Allí nació Serge Barba en 1941, el mismo
año en que la Comisión Depuradora del Ministerio de Educación franquista
despojaba póstumamente a Antonio Machado de todos sus derechos como
funcionario.
A siete kilómetros al
norte de Collioure, los jubilados pasean por el puerto de Argelès. En el pueblo
hay un centro memorial y un cementerio de los Españoles en la avenida de la
Retirada. Ya en la playa, un monolito recuerda que hace 80 años improvisaron
sobre la arena un campo de concentración por el que pasaron 100.000 personas.
“Su desgracia:”, se lee en la inscripción, “haber luchado para defender la
democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939”. Y
termina: “Hombre libre, recuérdalo”.